Faetón, hijo de Apolo y la ninfa Climena, preguntó a su madre si realmente era de origen divino. Ella le respondió que su progenitor era el sol y que fuera a encontrarlo donde nace la luz para cerciorarse. Faetón fue en su busca y se detuvo a distancia porque el resplandor lo cegaba. “Padre mío, le dijo al dios Apolo, dame alguna prueba que demuestre que soy de tu raza”.Apolo le respondió abrazándole: “Confirmo lo que dijo tu madre y para disipar tus dudas te concederé lo que quieras”. Faetón le pidió entonces a su padre que le permitiera conducir el carro del sol por el firmamento. “He hablado imprudentemente, le dijo el dios. Te lo concederé todo, menos eso. Eres un mortal y nadie sino yo puede guiar el flamígero carro del día”.“No te sería fácil frenar a los caballos, con sus pechos llenos de fuego que arrojan por la boca y las narices, agregó Apolo. Yo mismo apenas puedo contenerlos para que no destruyan todo con las llamas. Pídeme lo que quieras, pero escoge con más prudencia”. Faetón se abrazó al cuello de su padre diciéndole que nada más le interesaba y le suplicó que le concediera la gracia solicitada.El dios, después de haberse resistido todo lo que pudo, se dio por vencido y le condujo finalmente hasta donde se hallaba el carro, indicándole que subiera. Los caballos, al sentir que el peso era más ligero que de costumbre, se lanzaron hacia delante como flechas. Faetón era arrastrado sin control en el carro llameante por el espacio, lugares intransitados, ciudades, islas y bosques, provocando destrucción y muerte. Las constelaciones eran abrasadas por el calor. Pero la Tierra con sed y convertida al paso del carro en desierto, despertó al trueno y fulminó a Faetón que cayó como una estrella fugaz al río Erídano que enfrió su cuerpo ardiente. Sus hermanas, las Heliadas, que se lamentaban de su muerte, fueron convertidas en álamos y sus lágrimas, que se derraman hasta nuestros días, se vuelven de ámbar cuando tocan el agua.
domingo, 6 de mayo de 2007
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